Foto: Gill-Clarke-and-Charlie-Morrissey
Ante tus ojos
Semillas de una práctica de danza
Pienso en
los ojos.
¡Tantas
partes móviles!
Pienso en
ver.
Hay mucho
más ahí que encontrarse con los ojos.
Pienso en
la visión y el movimiento.
¡Uno le da
empuje al otro!
El diálogo viene a la mente. Así es
cómo experimento su boda.
Y cómo experimento mi danza: en mi
cuerpo y en sociedad con la gente, las cosas y el espacio. Ahora viene la
supervivencia. Encontrar caminos para continuar danzando a través de los años
ha sido tan básico como eso.
Y estoy en deuda, por la inspiración
inicial en mi trabajo con la visión, el video y la danza, a la pregunta planteada
por Steve Paxton cuando él (cito) “señaló” el Contact Improvisation en 1972.
Preguntó: “¿Qué hace un cuerpo para sobrevivir?” En mitad de un dilema entre abandonar o continuar en el campo de la danza, una pregunta se alzaba: ¿Qué es
lo que vemos en una danza? Para llegar al fondo del asunto, me encontré a mí
misma desarmando ambas instancias: la composición de mi movimiento y la
composición de mi vista. El siguiente escrito remarca algunas cuestiones de
este viaje.
Somos expertos leyendo el
movimiento. Dependemos de la lectura de los detalles para nuestra
supervivencia. El movimiento de una ceja alzándose, incrustado en un tumulto de
diminutos desplazamientos y detenciones, significa algo para nosotros. Incluso, leemos las acciones antes de que aparezcan. Con un atisbo imperceptible,
podemos percibir que alguien a quien no queremos ver está a punto de girar la
cara hacia nosotros. Antes de saberlo, ya hemos compuesto nuestro cuerpo para
hacerlo invisible, o compuesto nuestros ojos para que estén en otra parte y así, tener la posibilidad de ser pasados por alto. Estamos todo el tiempo
recomponiendo nuestro cuerpo y nuestra atención, en respuesta al comportamiento,
a las cosas conocidas y desconocidas. Esta danza interna es la más básica
improvisación: leer y responder a la escritura[1]
del comportamiento. Es nuestro cuerpo en diálogo con nuestra experiencia.
Con esta fluidez natural, el cambio
de la lectura de los movimientos a la lectura de la danza, podría parecer
simple. Pero, evidentemente, para muchas personas, algo más interviene, algunas otras
expectativas entran en juego.
La comunicación, quizás… ¿Qué le aportamos a la lectura? Esto me recuerda el movimiento de los ojos de la
gente durante las conversaciones.
Con esta danza idiosincrásica y
parpadeante, nos mostramos unos a otros nuestra atención e intención. El oyente
hace un malabar con dos pelotas: compone su cuerpo para escuchar y para mostrarse
escuchando al mismo tiempo. Mientras el hablante hace un malabar con cuatro: compone su cuerpo para pensar, para conducir su pensamiento a la lengua, para ver y
para ser visto. Este es un truco de negociación entre el propósito de nuestros
sentidos, nuestras habilidades físicas y las reglas de la cultura. El malabar
de un performer es mucho más parecido al de un hablante. Entonces, ¿qué hay del
espectador, en la oscuridad y con una sola pelota? Ante mis ojos, una persona bailando es la
noticia que sale caliente de la prensa. Cuando un bailarín salta ante la vista
¿qué es lo que veo? La luz se da lugar. Yo miro cómo se ve. Siento curiosidad
por la apariencia del ser humano. Entonces busco sus ojos. Siento curiosidad
por lo que está pensando, dónde cree que está, adónde cree que va. Incluso a la
distancia, puedo leer un montón en los ojos de un bailarín. Veo su vivacidad. Y
eso llama mi atención. Un diálogo comienza entre mi lectura de su intención
como bailarín y yo misma. Editando al vuelo para generar un sentido de lo que
está ante mí, estoy también revisando mi propio gusto.
Me pregunto que le gusta mirar a la
gente. Yo adoro mirar gente cantando.
El modo en que la cara se mueve para
sintonizar la música. Los ojos miran hacia afuera, luego hacia adentro, luego a
un lugar quien sabe dónde. Puedo ver el bucle de la realimentación entre la
garganta y el oído y la garganta, ida y vuelta.
A veces la cara parece volverse para
adentro. A veces flota en un estanque quieto de vibraciones, pequeñas
formaciones de los labios, un atisbo de la lengua. Veo el sonido dando forma al
cantante: el oído sintoniza al cuerpo tanto como el cuerpo al oído. Cuando
observo esta sintonía, puedo ver lo que quiero de la danza. ¿Cómo es “sintonizar” una analogía para el danzar y el mirar
danza? Primero, es físico: sintonizar es
una acción. Moviliza mi cuerpo, mis sentidos, mi atención. También es sensorial:
puedo sentirlo ocurrir en mi cuerpo. Es relacional: es el modo en que conecto
con las cosas. Y es compositivo: pone las cosas en orden. De seguro, hay
más que esto en la danza, como hay más que esto en el canto. Aún así, me sentí
movilizada a traducir la mecánica de la sintonía en la práctica de danza,
porque tenía curiosidad, y porque podía hacerlo. Esto ha iluminado muchas
cosas, dejando intacto el misterio de la expresión humana.
El cuerpo es un instrumento de sintonías compuesto por finas y
diferenciadas antenas. Estas son nuestros sentidos, y los sentidos miden los
cambios.
Rápidamente, luego de nacer, aprendemos a enfocarlos en lo que necesitamos para
sobrevivir. La cultura agrega una capa de instrucciones para construir los
filtros perceptuales que se espera que tengamos para darle sentido al mundo. Yo
he quedado sorprendida ante la mirada ancha y abierta de los niños pequeños,
antes de que aprendan a componer los músculos alrededor de los ojos, el ritmo
de la mirada y la mirada hacia afuera, la distancia apropiada entre su cara y
la mía. Nuestras conductas sensoriales se editan dentro de una paleta genética
-cómo los ojos detectan luz en la oscuridad, los oídos localizan el origen de
un sonido, los cuerpos se mueven para explorar desde el toque, la nariz se
posiciona sola para oler- y nos movemos
para satisfacer nuestra curiosidad ante el mundo. A lo largo de nuestras
vidas, dibujamos con esta paleta, componiendo un repertorio de respuestas, para
los constantemente cambiantes medios interno y externo. Estos patrones subyacen
a nuestras elecciones y dan forma a nuestras opiniones y apetito de movimiento.
Dan cuerpo a nuestra imaginación.
Estuve largamente encantada con la
danza. No tanto con los amplios gestos, la pintura del espacio, la
visualización de la música. Sino con los detalles de una vida interna extrudida[2].
Cuando aparecí en la escena de la danza en el New York de 1971, había estado saltando durante años del oficio de la coreografía, al oficio de la
performance de improvisación. Fui allá a unirme a la compañía de improvisación
de Daniel Nagrin, “The Workgroup”, y llevé conmigo mi imaginación y los
patrones de movimiento de mi entrenamiento. En cuanto a mi propio trabajo, la
perspectiva de crear marcos para hacer que las incursiones en mi peculiar
movimiento tuvieran sentido dentro de la escena newyorkina, fue decepcionante.
Aunque los bailarines de aquel momento estaban temporalmente abriéndose camino, -ampliándose hacia los movimientos de la vida cotidiana, las conductas de
movimiento “natural” y el atletismo en los escenarios, y proponiendo nuevos
marcos en los que investigar la danza- yo anhelaba ver algo más. Algo debajo de
la interacción de los bailarines unos con otros, y la arquitectura del espacio.
Algo de la interacción de los bailarines consigo mismos: el diálogo interno que
forma la superficie. Noté con celos que, el público de films de animación,
donde la figura humana (y el espacio mismo) están despiadadamente transformados[3],
tenía por expectativa mantener su imaginación brotada y leer entre líneas.
Sintiendo que esa infinita mutabilidad física era el territorio natural de la
danza, quise bailarines en el escenario
que reclamaran ese espacio: para articular el mágico diálogo con el mundo
físico, nuestra cultura nos forja en ese mundo, para luego pugnar por su olvido.
Consumida por el deseo de revelar todo esto en mi propia danza, sentí que los
filtros de mi entrenamiento me nublaban la vista. Sin saber más qué hacer, a
los 24 años dejé de bailar. Por
casualidad, me hice de mi video cámara, y en una inmersión de cuatro años
encontré mi camino de vuelta a la danza, a través de mis ojos.
Quizá porque el cuerpo es a la vez el medio y el producto de una
performance de danza, resbalé de un lado del espejo hacia el otro, de ida y
vuelta: de considerar ver, a considerar hacer o sentir. Filmando y editando videos me
ubiqué a los dos lados del espejo al mismo tiempo. Al convertirme en la espectadora
de mi mirada, el video sirvió de catalizador para invertir la propia danza de
mirar en el espacio. Con el tiempo, se transformó en un modelo de exploración
conjunta, de cómo creamos significado fuera de la danza, desde adentro hacia
afuera. Si bien usamos de modo diferente los ojos cuando bailamos que cuando
aprendemos u observamos danza, ellos juegan un papel central en cada acción.
Mientras bailamos, los ojos, ya sea abiertos o cerrados, funcionan para
equilibrar el movimiento del cuerpo: una buena razón para su diseño de extrema
movilidad. Abiertos, son nuestra primera
defensa contra el futuro: el sentido más veloz a la hora de discernir
obstáculos en el camino. Mientras observamos, los ojos son las ventanas a
nuestro sentido de sinestesia: ellos alojan la danza. No es accidental que la danza pertenezca a una tradición visual. La aprendemos, en su mayor parte, a
través de la observación y la imitación. Para los bailarines, es al mismo
tiempo una bendición y una desgracia que estemos genéticamente sujetos a imitar
los movimientos que vemos desde el momento mismo del nacimiento. La bendición
es un mundo lleno de performances libres. Un niñito con un pincel, gente en un
subte repleto, estorninos explotando desde un árbol: no faltan modelos que
observar y encarnar[4]. La
maldición es que este reflejo es difícil de controlar. Somos incapaces, no de
duplicar los modelos de danza en el escenario o el salón de clases, sino de
evitar que se nos peguen los manierismos de las personas que conocemos. Hay aún
misterios en este mecanismo. ¿Por qué un niño encarna[5]
el tranco del padre y su hermano la sonrisa perpetua de la madre?
De alguna manera elegimos. Yo he
quedado sorprendida de mis propias elecciones. El trabajo con video me mostró que, reflejar el contenido de lo que
veía, era sólo parte de la historia. Se volvió obvio que diminutos movimientos
dentro del mecanismo del ojo ejercían una profunda influencia en los patrones
de movimiento de mi cuerpo. En los 70, la tecnología de edición era mucho
más física e interactiva que ahora. Durante algunos años, plantada frente a dos
pantallas de video, sentada casi preternaturalmente quieta, excepto por mis
dedos aprieta-botones y mis ojos de ping pong, hice con injertos de fragmentos
de segundo, ediciones de frases simples de movimientos, conectando y plegando
pedazos de frases dentro de sí mismas. Con el tiempo, una calidad de
transiciones abruptas y sin costuras, como saltos de montaje[6],
influyó en mi danza. Si bien no lo
rechazaba, este aprendizaje del reamoldamiento visual, y su aplicación en mi
danza, no era intencional de mi parte. Es importante aquello con lo que
alimentamos los ojos. En otros casos, el reamoldamiento no era intencional,
pero mi aplicación sí: me había llenado de intriga la idea del “momento
anterior a la acción”, esto fue durante mis años de trabajo filmando videos para la
investigación de la educadora Bonnie
Brainbridge Cohen, de niños con lesiones cerebrales. En aquel momento ella
lo llamaba “planeamiento premotor”. Con la lente pegada al ojo, mi cuerpo se
llenaba de la imagen del rostro de un bebé, muy cerca. Cuando Bonnie le ofrecía
un juguete, podía ver diminutos cambios de atención en el foco de sus ojos y,
creía yo, en el tono de su piel. Parecía que había entrado a su sistema nervioso
por detrás de sus ojos, o él había entrado al mío. Podía ver su deseo cuando,
con la ayuda del toque de Bonnie, el niñito armaba su sistema nervioso para
alcanzar el juguete, y yo veía cómo enfocaba los ojos, justo antes de
alcanzarlo. De alguna manera, años de observación de este movimiento premotor
en los ojos de los bebés, me dieron acceso a observar el mío. La primera vez
que revertí mi movimiento, lo hice inesperadamente mientras bailaba. Fue una
reacción al reconocer que una acción que acababa de hacer, pertenecía a un
patrón habitual, irrelevante para esa circunstancia actual. De repente, me
encontré revirtiendo la acción como si pudiera volver para atrás, deshacerla. Entonces,
tan pronto como me di cuenta de que había comenzado a revertirla, fui incapaz
de reprimir el revertirla otra vez, atrapada en una ranura existencial. Por más
divertido que se sintiera, esto me dio la clave para entender que
mi cuerpo estaba reconociendo su propia conducta un mísero fragmento de segundo
después de que la acción comenzara. Si
yo podía remontar mi conciencia otro fragmento de segundo, entonces podría
reconocer el momento justo de organización de la acción, antes de que la acción
se desatara. Fue así como llegué a sentir ese instante detrás de mis ojos,
tal como lo había percibido en los bebés. Creé
entonces una práctica para mí misma, que redireccionara la formación o la
intención de una acción, antes de que apareciera, en el instante en que
comenzaba a organizarse en mi cuerpo.
El resultado fue tan sorprendente como caer en la madriguera. Esta
práctica se volvió una técnica personal para provocar nuevos patrones de
movimiento y una útil estrategia para reposicionar mi imaginación.
El video combina dos poderosas
herramientas de aprendizaje: un ojo mecánico para diseccionar las partes
móviles de la mirada –el enfoque, el seguimiento, el paneo, el zoom- y la
reproducción inmediata para mostrar las causas y las consecuencias de las
propias acciones. Esto me llevó a explorar cómo el cuerpo se compone a sí
mismo: primero focalizando en los sentidos, luego, orquestando su movimiento
alrededor de la imaginación y el deseo de significado. Este fue un pequeño paso
para traducir el aprendizaje en mi experiencia con la cámara, a mi trabajo con
los sentidos en el entorno. Y lo hice a lo largo del camino, integrándolos a mi
vida cotidiana, enseñando y bailando con otros.
Al principio, no había nada que me
guiara, más que mi cuerpo y las herramientas mismas. Ubicando la cámara sobre
mis ojos, magnificaba las sensaciones de la mirada y los movimientos de mi
cuerpo, creados para dar soporte a la vista. La desorientación física era tan
extrema como cuando aprendemos a manejar un auto. Podía observar mi cuerpo
sintonizando su forma a la cámara de mano, como la mano de un bebé se va formando
alrededor de un vaso. Pude registrar nuevas instrucciones de movimiento y
quietud, en el diálogo con mi deseo de ver. Satisfacer a los ojos involucraba
todo mi cuerpo y mi experiencia.
Y para dar soporte al ojo nuevo, mi
cuerpo asumía una quietud que nunca antes había experimentado. A pesar de que
el visor estaba a sólo tres pulgadas de mi propio ojo, podía sentir el foco que
me anclaba en el espacio real por delante de mí, mientras lo que estaba
mirando, entraba profundo en mi cuerpo como por un embudo y parecía,
literalmente, apuntalarlo. Ingresé así en un diálogo entre mi atención y mi
fisicalidad. Mi interés por lo que estaba mirando, las mantenía en contrapeso,
o bien terminaba de conquistarme.
En la acción de hacer una toma, cada
movimiento propio, alteraba el movimiento de lo que estaba mirando. Cuando
giraba la cabeza, el borde del encuadre parecía empujar, perseguir, tironear o guiar
la materia de mi filmación por el espacio. Contra un fondo sin texturas, seguir
un salto en la dirección del salto, borraba su movimiento a través del espacio.
Mi propia velocidad arrollaba la velocidad de la materia filmada. El principio
familiar de que el acto de observar cambia lo observado era evidente y la
posición inversa era palpable: lo que estaba observando me cambiaba a mí. Lo
más fascinante, llegué a notar, era que cómo
observaba, cambiaba ambas cosas: a mí y a lo que estaba mirando.
¿Cuál era la figura, cuál era el fondo?
Cuando mis ojos exploraban algo quieto, el movimiento de los ojos era la
figura. Cuando ambos, mi encuadre y la materia filmada se movían, el proceso
alternaba, de ida y vuelta. Eso era lo más interesante.
Al bailar, la relación fondo/figura
cambiaba a movimiento/medio, o bien, mover/ser movido. Cuál era cuál estaba
directamente determinado por mi sensitividad. En quietud o movimiento, cuando
yo pensaba que estaba tocando un muro, yo era la figura. Cuando percibía el
muro tocándome, me volvía el fondo. Mi cuerpo se volvía el medio del espacio. Sentía
mi movimiento organizarse alrededor de estas variantes perceptivas y cambios de
calidad, construyendo una nueva plantilla interna para mi danza.
¿Qué me guiaba cuando miraba a
través de la cámara? A veces, seguía el apetito de mi ojo. Esta experiencia era
la más sensual, en tanto en que mi ojo seguía los bordes seductores de la luz y
la sombra, despreocupado por dar un nombre, jugando con el ritmo y los patrones
de movimiento. A veces, el contenido dentro del encuadre capturaba mi
curiosidad y entonces yo debía organizar el movimiento de la mirada para darle
un sentido. Intermitentemente, las necesidades de mi cuerpo se volvían el
director: cuando estornudaba, o abandonaba la mirada para relajar un calambre
del pie. A veces mi ojo seguía a mis oídos, o mi atención vagaba para
recuperarse de la ferocidad del enfoque. El liderazgo cambiaba constantemente
de un sentido a otro, de lo que estaba ante mí, a lo que estaba dentro de mí,
de sentir a dar sentido. Estos pasajes por esas fases de atención resultaron
igual de evidentes mientras bailaba y observaba con los ojos desnudos.
Varias veces retiré la cámara. Reparaba
en la actividad de mis ojos mientras comía, reía, pensaba, caminaba por
espacios conocidos, bajaba por las calles de ciudades extrañas y miraba alguna
cosa. Al notar los patrones de la mirada, jugaba a alterarlos.
Cuando entraba a un cuarto repleto
de gente, observaba cómo mis ojos instantáneamente buscaban los espacios vacíos,
caminos seguros por los que andar, un patrón que había aprendido de pequeña.
Cuando redireccionaba el foco, primero hacia las personas, la variación
muscular era muy pequeña, pero mi futuro dentro del cuarto quedaba
profundamente cambiado.
Librado a su propio mecanismo, como
en las danzas occidentales, el ojo se mueve automáticamente para dar contrapeso
al movimiento del cuerpo. Cuando invertí esa relación, redireccionando mis ojos
en mitad de una danza, quedé anonadada por el poder de esas dos pequeñas bolas
de fluido, movidas por veinte pequeños músculos, que arrastran mis 50 kilos a
través del espacio.
Reparé en los patrones de
micromovimientos, como la composición del movimiento de mi ojo y la postura de
mi cuerpo mientras caminaba hacia atrás. Luego, sostener esa organización
mientras caminaba hacia delante, hizo algo más que provocar una manera graciosa
de caminar. Hizo una criatura por fuera de mí, demostrando que el modo en que
sintonizamos nuestros sentidos es la raíz de nuestro carácter. Y la
transformación es simple y accesible, a través de la recomposición de nuestros
ojos.
La reproducción del video hace
parecer que cada movimiento de la cámara ha sido una elección, conciente o no,
ya sea de un deseo fisiológico o los hábitos de mis sentidos; ya sea de mi
necesidad de hacer significar lo que está ante mí, o de las circunstancias de
mi cuerpo. Cuando veía un video, justo después de rodarlo, podía recordar qué
había causado el cambio en mi atención, dentro y fuera de mi cuerpo, y observar
las consecuencias. Llegaba a reconocer distintas cualidades surgiendo de cada
uno de estos principios de organización, y tomaba nota de mis preferencias.
A veces, veía cosas en la
reproducción que no había notado durante el rodaje, pero que, tras una segunda vista,
quedaba claro que me habían guiado. Evidentemente, mi movimiento estaba formado
por reacciones a ciertas señales provenientes del espacio, que eran invisibles
para mí. Esto puso en duda la idea de un impulso de movimiento “espontáneo”. Y
cambió mi percepción del espacio mientras bailaba: estaba nadando entre
señales.
Operar con los ojos abiertos me
había mantenido a distancia de mi entorno. Para acercar el espacio, sólo
necesitaba cerrarlos. Nuevas instrucciones de navegación por el espacio surgían
del toque y la escucha, y reinformaban mi danza con los ojos abiertos. Esta
manera de leer el espacio se imprimió en mi cuerpo, volviéndose un imitador de
mí. Y a la inversa, mi movimiento sostenía un espejo hacia el espacio, volviendo
visible su vida escondida.
Al mirar danza, como al mirar
cualquier cosa, una imagen se construye con el aporte de muchos sentidos y con cada
medida de tiempo en su propia manera. Con los ojos cerrados, lleva un largo
tiempo aprenderse un movimiento de alguien. La imaginación se inserta por sí
misma en el flujo del tiempo. Confiando en el toque y la escucha, surgen
complicaciones raras, que me traen recuerdos de interacciones con el mundo
animado e inanimado, al repasar mi experiencia completa, para darle sentido a
eso que tengo entre manos.
A veces, lo que recordaba saborear
mientras rodaba, no se hacía visible en la reproducción del video, o lo hacía
apenas. El tiempo que toma mirar, es un factor. El tiempo pasa diferente en un
pequeño encuadre. Recuerdo la irritación durante una performance en vivo, cuando
un movimiento complejo corre más velozmente de lo que puedo leer. Mis sentidos
buscan alcanzar una participación más rica, quizá para leer el espacio en
negativo o percibir el sonido, o se distancian del teatro y de mis
pensamientos. La jerarquía de los sentidos es otro factor. Cuando hay música al
alrededor de donde estoy filmando, veo en la reproducción cómo mi ojo la ha
abordado, o bien cegándome, o bien tironeándome hacia el movimiento que tengo
delante de mí.
El video es una máquina de tiempo,
una grabación facilita la memoria e imita sus imperfecciones. La idea de que
una grabación es fija, ha sido de poca utilidad para mí. Yo veo algo distinto
cada vez que la miro. Es más, la grabadora te pone el tiempo en las manos. Un
acontecimiento en video tiene plasticidad. Siempre se lo puede hacer ir, otra
vez, hacia atrás o hacia delante. Se puede ir más rápido, condensando la forma.
O más lento, estirando la trama del contexto. Se puede saltar al azar de un
momento a otro. Empezando donde sea, terminando donde sea. Dentro del cuerpo,
estas operaciones ganan en complejidad.
Al moverme con o sin una cámara,
cuando le pido a mi cuerpo que revierta su recorrido hasta llegar tan lejos
como recuerde, la memoria surge espontáneamente, sin un orden particular, y desde
muchas fuentes: de mi organización física, de mi relación con el espacio, de mis
sensaciones o mis pensamientos a lo largo del camino. En tanto sintonizo mi
atención hacia el pasado reciente, viajo en dos direcciones al mismo tiempo,
siguiendo mi cuerpo hacia donde he estado, mientras me encuentro a mí misma
donde estoy. Esto no es tanto una prueba para la memoria como una pregunta para
la conciencia, ¿dónde he estado? ¿qué sabor sentí ahí? Cuando alguien contempla
mis esfuerzos o yo misma los observo, los recuerdos pueden compararse.
Ante toda esa curiosidad por saber
cómo los bailarines ven una danza, yo pido que asuman el rol de videastas con
el propio cuerpo. Observamos una danza, entonces un grupo de nosotros, todos al
mismo tiempo, le mostramos inmediatamente a el/los performer/s, qué hemos
percibido. Para realizar esta reproducción fielmente, accedemos a todas
nuestras habilidades físicas y a toda nuestra experiencia.
Lo que cada observador ha visto de
notable en la danza, se emplaza frente a nosotros. Alguno ha dibujado el diseño
del espacio, alguno las relaciones con la arquitectura, algún otro la
psicología, otro la calidad del movimiento, otro la acción, algún otro lo que
estaba imaginando mientras observaba, lo que deseaba haber visto. Lo que se
configura es una percepción colectiva de la danza, una danza de opiniones.
Mirar esta segunda generación de
danzas es como mirar el cielo. Invariablemente tomamos nota de peculiares
manifestaciones, y la ancha forma en el avance del tiempo. Los puntos de
consenso entre nosotros son sorprendentes. Aún no hay conclusiones aquí. Este
ejercicio de percepción deja la pregunta: ¿Qué es lo que vemos en una danza?
Apertura. Es una semilla que pone la visión al límite, y en el campo de juego[1].
[1]En el original: “It’s a seed that puts vision on the line and in the field of play”. Donde “play” es juego, y es obra, y es también la palabra que da la instrucción de reproducción en video.
Traducción María Cecilia Perna.
Para uso interno del Taller de Impro en danza y danza teatro.
[1] Script, es primero escritura o escrito, pero
también, claramente “guión”, el utilizado en cine, video o televisión.
[2] Del verbo extrudir: dar forma a una masa
plástica, metálica, etc. haciéndola pasar por una abertura especialmente
dispuesta a tal fin. “Extruded” en el original
[3] La palabra en el original es “morphed” y es una
palabra técnica, sin traducción al español, que remite a un procedimiento de FX
en la que dos imágenes distintas se montan para dar cuenta de la transformación
de un objeto en otro. La transformación de un hombre en lobo sería un caso
paradigmático en el que se puede utilizar el “morphing”.
[4] En inglés “embody”, más que encarnar, literalmente
“encuerpar” hacer entrar en el cuerpo.
[5] Idem 4.
[6] El término técnico en inglés es jump-cut.
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